20090619

Prosa infumable de retales y desechos

¿Te quieres venir conmigo?, ¿te puedo fotografiar?, ¿me darías un abrazo? No contestes, o sí, contesta, pero no me mires, o sí, mírame, pero no me hagas caso, tan sólo déjame por un momento sentir tu voz y tu mirada, pero luego vete, no vuelvas, tranquila, yo no lo haré. Por favor, no pienses en mí, no opines, vete como viniste, yo no existo, sólo tú existes, sólo tú existes en mí.

Yo soy el individuo
A modo de individuo,
A modo de no poder estar, oliendo el olor trágico de gente, de buena gente, de mala gente. Soy individuo, persona sola y asolada, lo demás es triste y pretende deprimir, consigue deprimir, no es más que eso: la gente extraña ajena al individuo que consigo no ser.

Había doblado por la esquina del estante y se dirigía a leer poesía. Frente a mí se encontraba, aislada en el estudio, eso de pensar le otorgaba más belleza. ¡Qué perfil tan encantador!, es una verdadera preciosidad. ¡Oh, Dios!, ¡qué tres ninfas!, ¿a cuál de ellas le dedico mis palabras?, cualquiera concede inspiración, desato mis instintos y las imágenes se multiplican, piel, labios, senos, ojos inmensos perturbadores. A quién hacer caso, con cuál desvivirse, ya está, orgía festiva, depuración de estilo y sueños tridimensionales. Una dimensión, un deseo que pedir. Tres genios en uno, un deseo cada genio y la vida sigue y los genios se evaporan. Los sueños se realizan y se van. Pasa la vida y pasan los sueños, el ámbar de su dulzura se mantiene en el recuerdo. Aquellas tres damas voraces empequeñecen mi suerte, sus recovecos consisten en desnutrir el olvido. Recuerdo y olvido, ambos juguetones aunque serios y crueles. Esto de olvido y de recuerdo, de genios y deseos, es ficticio y queda al margen, vamos a ser un poco ebrios y riamos, transcender camufla al ignorante y al soñador, y más al margen de todo y más presente que nada, queda dicho: “somos el tiempo que nos queda”(Pepe Caballero Bonald dixit).

No debes estar cansado, hace mucho que mostraste tu retirada. Se la mostraste a ellas y a ti mismo. En un momento arruinaste tu condición envidiable, tu maravillosa capacidad testificada en el cada día. Desde que amanecía confirmabas las expectativas de ser, y nunca lograbas ser y aunque no te importaba el fracaso continuo, a veces hasta te preocupaba, disfrutabas de lo sueños y esperanzas que rodeaban aquellos dulces fracasos. Un espíritu tan cautivador no se merece este final sin fin, este golpear con la misma piedra el mismo cristal.Y yo digo: el hacer añicos un reflejo y aplastarlo con la piedra desesperada es una solución, pero te desdibuja. Buena imagen para un pintor digno, incluso para un escritor patético, pero no como medio de vida y de muerte. La tristeza, íntegra, se asoma y encima se ríe, encadenada en la mueca escéptica, en apariencia sabia y siempre comodísima.

Escribiré un estado de alma poblado de cables y torres de luz, de cementeras y espacios inhabitados, de muros y vías solitarias que cruzan túneles grises llenos de graffitis. Describiré una percepción del mundo solitaria entre gente, con la música golpeando en los oídos y los rostros de la gente que muestran hastío, cansancio, resignación, pesadumbre, diferentes imágenes que se superponen ofreciendo la totalidad que se respira en este vagón de tren de cercanías que cojo cada mañana y que me lleva a la gran ciudad en busca de unas horas muertas que se muestran necesarias para seguir haciendo lo mismo o, mejor dicho, para seguir viviendo. Parece que es imprescindible perder algo de vida para poder vivirla plenamente. Hablo de aquellas siete u ocho horas en las que el trabajo nos aguarda, de aquellas etapas de la vida semivacías con las que vamos o, intentamos más bien, allanar el camino para futuras plenitudes. Camus lo dice bastante mejor: “Es normal dar un poco de nuestra vida para no perderla entera. Seis u ocho horas al día para no morir de hambre. Y además todo es aprovechable para quien quiera aprovechar.”
La estatua no se ha movido, las hormigas, fulminadas, han desaparecido del blanco pedestal. Todo se ve distinto desde la mirada impaciente, desde los ojos inquietos de esa estatua que grita “¡he vivido!”. Resulta extraño desviar tan solo un minuto la atención de tan grotesco espectáculo, la estatua permanece fiel al hormigueo invisible que descansa tras su tosco pedestal a ritmo de sana revuelta contra la ruina desesperada de un pasado apacible por imperfecto, delator por cambiante, limitado por cuerdo y propiamente burgués y curvilíneo. Hay que restar importancia, hay que desdramatizar, la estatua dispone de margen y movimiento, de restos implacables y de ansias por materializar propuestas insanas. Diáspora y vinculación con el inframundo y la noche de luna menguante y habitación iluminada.
Reitero mi postura ante el hallazgo de la misteriosa pena
Maldigo sin titubeos y resto importancia al lamento desprovisto de fondo
Digamos que se trata de una duda inaudita y de un afán obsoleto
Los límites insanos del dolor se analizan a mano alzada y repetimos con obviedad lugares comunes y cartas no escritas
El estupor resiste, el dogma prevalece, la estatua se intensifica
Germina el despego, la distancia y la sordidez
Esa puerta que a cada instante es mecida por el viento, su golpe regular, su sonido suave y tenso.
Ritmo cadencioso, miradas afables hacia un pasado de claroscuros, hacia un futuro de luz indefinida, hacia la eterna sensatez y sus requiebros, sus afiladas uñas de ser extraño, desvelos y otredades. Todo responde al azar comedido, reflejo de una vida disfrutada de soslayo con amargas derrotas y victorias de éxtasis y sonrisa.

Y esta prosa de retales, y este desorden andante fruto de la inconstancia, arte innato poblado de felices situaciones que logran dejarte siempre con la miel en los labios y un sentimiento de vacío que a pesar de todo llena.

R.P. escupe sin pudor

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