20091119

Explicando el desconcierto posterior (a cuatro manos)

La cara de Martín reflejada en el espejo de mi cuarto de baño.

El beso de Simona y su lento abrazo.

Las miles de caricias que nunca mereció.

El discreto encuentro con la verdad apacible.

La mirada impertérrita de un soñador acosado.

Posturas desprovistas de cualquier orden.

Ridículas falacias que nada importan.

Los descansos preciosos tras la hora de la siesta.

La culminación del amor desahuciado.

¡Despertad, ángeles caídos, de vuestro letargo!

Conviene pensar en una noche tranquila del mes de abril, el mes maldito por excelencia de mi tía Lourdes. En abril conoció mi tía Lourdes al que sería su futuro marido, en abril se casó y en abril comenzó a cumplir condena en la cárcel de mujeres de XXX por asesinato. Aquella noche tranquila que, desgraciadamente, ya queda lejos, Martín observó en los ojos de Simona un interés casi procaz por su persona, una deferencia absoluta por sus palabras y gestos, en fin, una atención inusitada en la tierna Simona por el sexo masculino. Simona era terca y orgullosa, tenaz y perseverante, siempre dispuesta a mostrarse altiva. Sin embargo todo cambió, la sonrisa ambigua de Martín creció hasta apoderarse de la dulce Simona.
Aquella noche no llovía, el cielo liso y estrellado auguraba una primavera lustrosa y feliz. La reunión en casa de Pedrito se alargó hasta bien entrada la madrugada. Lo que comenzó siendo la celebración por el regreso de Bernabé, acabó convirtiéndose en el encuentro inefable de dos almas impropias de este vulgar mundo. Simona primero y luego Martín renunciaron con descaro a lo que decíamos los demás, ambos fueron ocultándose hasta huir por completo de la acalorada discusión que manteníamos acerca de la reciente separación de Judith y Pedrito Rojas, ambos presentes y muy activos en la contienda.
Judith sostenía con firmeza que todo tiende a finalizar, aportando numerosos ejemplos. Pedrito se escudaba una y otra vez en un no se qué de sentimientos verdaderos dando una importancia inusual a este hecho. Los demás proponíamos soluciones basándonos, casi siempre, en la propia experiencia. Pero por encima de todo este ir y venir conseguían atraer mi atención las incesantes miradas que se iban dedicando a intervalos, cada vez más cortos, Simona y Martín.

Ahora, tras jugar a ser el espectador impertérrito, me pregunto: Simona y Martín, ¿nacieron para estar juntos?, ¿estaba escrito que acabarían uniéndose en ese abrazo infinito?, ¿fue fruto de la casualidad, de las circunstancias?, o ¿de una suerte de misterio que hoy todavía no logro atajar? Todas estas cuestiones me invaden cuando los veo felizmente juntos. Soy incapaz de augurar algo verdadero en esta historia, siempre me decanto por una maraña de engaños que la vida ofreció en su momento a ambos, e incluso veo factible que tanto Martín como Simona sean conscientes de la mentira que los mantiene juntos.¿El hecho sexual?, ¿un extraño sentimiento que caló con profundidad en el corazón de Simona y que ocasionó en Martín un desajuste emocional que ya venía buscando? Sin duda, me parece inverosímil lo ocurrido, esa desfachatez, ese tesón por crear relaciones del mismísimo aire que, al fin y al cabo, nos ayuda a respirar, ese deseo tan humano de unir vidas aunque tan sólo sea por simple apariencia, o por el tan ridículo y también tan humano miedo a estar solos, como si la soledad fuera algo de lo que podemos escapar. Nacer, vivir y morir solos es consustancial al ser humano, por mucha pareja, por mucha amistad, por mucha familia que nos ayude, que nos acompañe y que nos haga sonreír. Por eso la soledad es tan terrible, porque el mundo es tan grande y nosotros tan pequeños que necesitamos sentir cerca el calor de otras personas, porque incluso rodeado de gente, el ser humano, si se lo propone, es capaz de notar la persistencia de la soledad.

A pesar de todo unieron sus vidas. No hubo preparativos ni ceremonias, no consintieron que su aventura viniera marcada por unos pasos, no hubo programación. Se trataba de una atracción demasiado fuerte, casi alienante, y así, desnudos ante imprevistos, huérfanos de tópicos y prejuicios, marcharon hacia la pasión, hacia su pasión desatada y feliz. Martín y Simona, dos seres impecablemente unidos. La insólita pareja, de un plumazo, convirtió lo que era incomunicación en una simbiosis perfecta, en una furia de amor ilimitada; la sonrisa de él, la inusual y milenaria belleza de ella.


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Martín y Simona se abrazaron por última vez una tarde de abril de viento imposible, agazapados bajo el árbol que daba sombra a su banco en aquel parque mágico situado en el centro de la ciudad. Ninguno de los dos lo decidió así. Fue una tarde distinta pero no tan distinta a otras que habían pasado en aquel mismo lugar. Quién iba a imaginar que ese abrazo sería la culminación de su desesperada búsqueda. Nadie que los hubiera visto en los últimos meses podría concluir que ya no volverían a abrazarse ni a sentir mutuamente las miradas a las que nos tenían acostumbrados. Su historia se acabó igual que empezó, sin que nadie lo intuyera, sin que nadie por un instante pensara que podría ocurrir.


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Hemos retomado aquella conversación que comenzamos en el boulevard, justo enfrente del quiosco que se encuentra debajo del edificio azul, colindante con el templo de la luz. Ha sido extraño, Simona realizó una serie de preguntas que no eran exactamente conjeturas pero que para mí lo fueron. Conjeturas y deseos expresados una mañana no muy soleada pero agradable y mirándome muy de cerca, ofreciéndome su aliento, perfume de su voz, y sus dientes preciosos bailando al son de frases construidas con palabras sobrias y directas. La espera confirmó una hipotética y vaga reconciliación, o sólo, quizá, atisbos de ella, pequeñas sensaciones dispares que anunciaban lo que parecía perdido.


R.P. y M.B.


Y tras esto y lo que queda por venir, Sr Bonilla, deberías echarme una mano y poner algo de música para soportar este folletín entrecortado que ve la luz en una sola entrega.

muchas gracias.

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