20091119

Tres poemas en prosa que Martín le escribe a Simona (lamentable este Martín y su maldita estatua)

Esa pena misteriosa de ráfaga y letargo, con sus voces sordas, con sus punzantes hilos de dolor. Vuelve por culpa de la foto infame que destrozó la espera y la esperanza. Rotos los lazos invisibles y mi sonrisa distinta, me distraigo escribiendo desolado el origen del final de todo, el mundo aparte que vivía se desploma destrozando la palabra sutil que preparaba. ¿Dónde me creo que luce tu luz?, ya no hay luces sino sombras, ya procuro borrar huellas de ti, querida, ya pretendo que todo se acabó y algo comienza.
Recuerdo tus pasos que son sólo recuerdo, los ritmos del amor cambiaron y no me pertenecen. Engaño que grito al viento, ritos del inicio, farsas de lo por llegar. La duda extrema fulmina y equipara esta otra realidad al sueño de anoche tan cerca de la angustia y el presagio infausto.

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La estatua y esa pena que sufre, ráfaga y letargo. Implora a través del silencio de la noche. Suspira, perturbada, por las falsas noticias de la fantasía. Agotada y febril, oscura y desarmada por la quietud, distrae con voces su equilibrio atroz, su impecable mirada ausente, su rostro marmóreo de precisión fatal. Declama distante, promete sin verbo apasionado. Rescata la pérdida y huye hacia lo conocido, hacia aquel recuerdo de lágrimas y labios cortados por el deseo.

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La estatua no concibe una tarde al olor de los geranios mecidos por la brisa vespertina, o tal vez bañados por el tenue reflejo dorado de un sol que se apaga. No disputa el banco a aquella pareja que se sostiene a golpe de besos y caricias.
La estatua se funde con la noche amarga poblada de recuerdos, con aquella noche ya lejana de sábanas blancas y cuerpos desnudos (en la penumbra artificial del deseo).
Los árboles del parque y sus parterres iluminados, el trote gracioso del niño tras su pelota, el césped poblado de jóvenes tumbados a la luz de la luna, todo ello no difumina la oscuridad y el desconcierto, la habitación cerrada y los versos crudos y nefastos.
La estatua se despide del día, vuelve la noche y los insomnes se acomodan en sus bancos invisibles para distraer a esa estatua que mira a lo lejos y sólo ve cicatrices en rostros desconocidos.

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