20090424

that looks difficult o la alegoría del pasillo

A la habitación se llega por un amplio y oscuro corredor del que cuelgan cuadros con motivos cinegéticos y algún que otro sórdido bodegón. Sobre una cornucopia de marco rococó se atisba el retrato de un personaje desconocido pero con un gesto que ofrece cierta familiaridad. En sus manos sostiene un álbum de fotos abierto en el que podemos vislumbrar el rostro de una bella joven de piel blanca y ojos negros. Aquel personaje nos mira con altivez, se muestra seguro de su pose y de su energía contenida, de su fuerza impenetrable que asoma en una mirada de impulso. Nada que ver con la mujer que tiene entre sus manos, ella inventa una soledad de abismo, no consiste en el instante sino en infinitud, como si un mar de lágrimas se dispusiera a inundar en cualquier momento su linda palidez. Las sombras que cruzan el pasillo y lo enrarecen actúan como imanes sobre el retrato y su historia, desprenden atracción y confieren al cuadro el halo de misterio que no necesita. Frente a la cornucopia de marco dorado y lentos arabescos gruesos y cansados, se para el curioso y se ve reflejado en el espejo alargado mientras observa, paciente, a la mujer y su hombre, al águila y su presa, ese llanto que no acaba de mostrar el infinito, esos ojos vidriosos y llenos de inmensidad, de la inmensidad infantil e inocente, de la débil propuesta resignada y su belleza.
El pasillo, con la mente en el blanco de la dama, se vuelve interminable, y la estancia se aleja y el curioso se rebela contra sus ansias de querer llegar. Intenta retroceder, la inquietud se lo impide, le paraliza y piensa que mejor seguir adelante, hacia la sala de la luz perdida. Llega, exhausto, con una pesadumbre difícilmente sostenible, el pomo brillante bañado en oro se resiste a girar, siente a su espalda una mano invisible, huye de la idea de que no podrá atravesar aquella puerta, comienza a dar golpes de impotencia y a sentir pánico, comienza a escuchar una voz del pasado que le anima a mover la cabeza y mirar hacia la penumbra del pasillo. El hombre curioso, en un arrebato de locura, multiplica los golpes y la queja, la mueca sonriente brilla en la oscuridad y se aleja con la resignación propia de estar seguro de algo. El hombre curioso contesta con el último intento, esta vez favorable, de abrir la puerta. La desolación se apodera de su rostro, el terror asoma cuando sólo ve que lo único que le espera es la oscuridad de la habitación y su tenebroso silencio.
R.P.

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