20090903

28 de agosto



Veintiocho de agosto, el avión por fin pone rumbo hacia el sol. La cabina esta casi a oscuras y decido encender la escasa luz que se ofrece individualmente, suficiente para echar un vistazo a mis manos. Ahora, las dos descansan pero días atrás la actividad fue vibrante. Al permanecer las dos en reposo, y gracias a la escasa luz, no parece haber grandes diferencias entre ambas... pero las hay. Una esta inerte, la otra reposa del castigo que ha disfrutado durante más de una semana.

Es un vuelo breve y el piloto decide iluminar por completo a los pasajeros que, en su mayoría, vuelven a sus rutinas. Por fin mis ojos comienzan a procesar toda la información; la mano izquierda, inmóvil, es la misma que llegó en otro avión cuyo trayecto es contrario al que me dispongo a realizar. La otra, la derecha, llama la atención al instante por sus múltiples cortes, rozaduras y moretones; giro la mano y el panorama no mejora ... aunque en menor cantidad, los daños son considerables.

Sonrío al comprobar el estado de cada una de las heridas, me detengo en cada una de ellas tratando de recordar en que momento sucedió cada incidente. Tardo un rato en hacer el recorrido aunque me salto algunos cortes menores, la sonrisa me acompaña siempre. En algunos momentos se me escapa una pequeña carcajada que intento suavizar con la propia mano herida, nadie parece darse cuenta de mi entretenimiento... tampoco presto mucha atención.




Me encuentro a ocho metros de profundidad después de un gran esfuerzo para bajar y paliar los efectos de la presión al mismo tiempo. Mi mano izquierda se encuentra pegada a mi pecho, la derecha metida entre dos rocas ... saludando a un pulpo que por un descuido se dejó ver. Sus tentáculos intentan expulsar mi mano de allí, se ayuda de piedras y conchas. Necesito aire, dejo al pulpo en una ascensión desesperada en busca de la gran bocanada de aire que llegará a mis pulmones... el camino se hace interminable, ¿porqué habré apurado tanto?
Tras unos segundos recuperando el aliento lo intento de nuevo, esta vez me propongo emplear menos tiempo en bajar. Lo consigo. Mi mano de nuevo incordiando al pobre animal, en realidad no quiero hacerle daño pero eso él no lo sabe y me recibe con una bonita nube de tinta. Pero permanece allí, al igual que yo... solo han pasado unos segundos. Introduzco la mano un poco mas dentro, siento como la piedra castiga mi piel. El pulpo se ve acorralado y decide salir de la cueva... justo lo que yo quería. Sale, sus ojos se enfadan y su cuerpo se multiplica exigiendo respeto... no lo encuentra esta vez aunque empiezo a sentir la necesidad de respirar de nuevo. La adrenalina me impide subir los eternos ocho metros hacia el aire del Mediterráneo. Me acerco a él con la mano por delante, mi intención es cogerlo y que él se agarre a mi con sus tentáculos... justo cuando voy a alargar la mano comienza a moverse en lo alto de la roca y observo que algunas patas están cortadas, en ese instante, inexplicablemente, y sin pensarlo mis piernas comienzan a aletear buscando ese aire que ya necesitaba con urgencia.







Mesa plegada, cinturón abrochado y respaldo del asiento en posición vertical. En este estado he permanecido desde que me senté hace ya un rato en el asiento que me correspondía, no quiero que ninguna azafata o azafato me perdonen la vida con su mirada asesina mientras me pide que lo haga con esa sonrisa falsa. Además, lo más importante es que no distraigan la atención que monopoliza mi mano, la sigo observando con cuidado... algunos cortes son recientes, aunque ya no sangran.





Llegamos a la Isla del Toro y aquello parecía una plaza municipal en su reparto anual de sardinas gratuitas... buff! Decididos a bucear en esa zona aseguramos el barco lanzando el ancla en una buena zona. Los minutos pasan más lentos que antaño en el largo proceso de preparación antes de una inmersión. Me ayuda mi primo Manuel quién, además, se ha ocupado de las botellas y demás necesidades técnicas. Sin él hubiese sido imposible disfrutar tanto.
Ya estoy en el agua, espero a que mi hermano y él se preparen mientras contemplo un gran banco de peces negros, son pequeños pero están por todas partes; cientos, miles...
Iniciamos el descenso, nos detenemos en el visible cambio de temperatura que nos esperaba al llegar a los treinta metros... subimos hasta los veinticinco para que la experiencia no resulte desagradable pues no íbamos preparados para las gélidas aguas de las profundidades. Pronto nos encontramos con otros buceadores a los que saludamos como corresponde ("¿todo bien?"; "si, todo bien", un simple gesto de "ok" con la mano significa ambas cosas). Seguidamente nos acercamos a unos cuantos meros de gran tamaño, nunca los había visto tan grandes. Disfrutamos de su majestuosidad hasta que un extraño pez roba mi atención y me rapta embobado por su cercana confianza hacia aguas menos profundas. Se acerca hacia mi, extiendo mi mano con la intención de acariciarlo como si fuera un mamífero. No parece importarle, aparentemente quiere recibir ese afecto por mi parte, adivinando que no hay peligro... se acerca cada vez más a mi. Puedo ver sus ojos alegres y expresivos que me animan a tocarlo... mi mano navega despacio en busca del contacto, despacio, sí, quizá sospechando de los afilados colmillos que exhibe el nuevo amigo. Estoy a punto de hacerlo, casi lo estoy rozando en el momento en que un buceador se interpone en mi camino ingrávido y comienza a increparme indignado por motivos que desconocía. Aparentemente mi aleta derecha estaba rozando unas pequeñas algas que crecían en lo alto de una roca... Le señalo a mi amigo haciéndole ver que tengo cosas más importantes que hacer que atender a sus estúpidas reprimendas... pero mi dedo apunta al infinito, el extraño pez se ha ido... Será gilipollas el tio!!!







El trayecto ha sido corto, ya estoy en Madrid. Mi mano todavía sigue igual, es decir... llena de cortes y demás desperfectos, parece querer volver a la Isla. Seguir en el agua, regalarme días sin dolor, días de mar, en el agua...



FB.

3 comentarios:

  1. Quizás haya sido uno de los relatos más bonitos que te he leido Sergio... los echaba de menos.

    P.

    ResponderEliminar
  2. Tus Fans queremos más

    P.

    ResponderEliminar
  3. No, no... del departamento de fans se encarga nuestro querido Ricardo Paredes. Ya se explicó en este espacio, con todo detalle, como algunas de estas fans casi mete en un lio al bueno del señor Paredes, finalmente la jurisprudencia decidió suspender el caso por falta de pruebas (Menos mal que días antes quemamos todas aquellas fotos, no sin antes escanear algunos de aquellos lindos pezoncitos sonrosados... ahhh, bendita tecnología!)

    Att: FB.

    ResponderEliminar